Noche, noche triste, nostálgica. Noche de recuerdos. Noche de tiempos pasados, lejanos, felices. Como si de un reloj de arena de juego de mesa se tratase, la vida avanza veloz, el tiempo consume nuestros días, poderoso, sin reparos. Parece que fue ayer cuando éramos unos niños que apenas sabían hablar y comenzamos a entender con dificultades lo que iba a significar ese lugar feo al que nos llevaban todas las mañanas a regañadientes: el colegio. Y ahora, quince años después, esa generación del 95 se han convertido ya casi en universitarios. Quince años viendo las mismas caras, a los mismos compañeros y a esos profesores a los que nunca olvidarás.
No se si os pasará lo mismo, pero yo siento que este tiempo ha pasado volando, casi sin darme cuenta me he convertido en un hombre, aunque para qué negarlo, sigo teniendo el alma de aquel enano que en el año 1998 comenzó a disfrutar los mejores años de su vida. Si volviera a nacer, no tengo la más mínima duda de que no cambiaría absolutamente nada de lo vivido hasta el momento. En ese lugar al que no quería ni en pintura (del cuál ahora mismo no me marcharía jamás) he vivido multitud de historias que me sacan una sonrisa cada vez que vuelven a mi mente, y alguna que otra lágrima también. La etapa más importante y feliz de nuestra vida ha pasado. Se acabaron las facilidades, se acabó el no tener más preocupación que poder sacar el curso. En el fondo, tengo miedo de abandonar la que ha sido mi segunda casa. No me gusta la idea de levantarme por las mañanas y no volver a ver a toda esa gente con la que he compartido los mejores y los peores momentos. Tampoco me gustaría levantarme y saber que no me voy a sentar en esos pupitres tan característicos y en esas sillas que dan tantos dolores de espalda. Pero es así, la vida sigue, inexpugnable, no hay arma ni persuasión que la venza, el único poder que doblegará siempre al hombre.
No puedo sentir otra cosa que melancolía pura y dura al acordarme de esos recreos de hace una década, esos partidos de fútbol con esas pelotas multiformes de goma espuma, esas peleas inocentes por saber quién era el mejor equipo, mientras las niñas jugaban con sus muñecas aún sin saber que pronto ellas mismas serían nuestro entretenimiento preferido. Los años pasaban, pero no los amigos, incluso algunos llegaron a ser como tus propios hermanos... Pero el tiempo, como todo, cambia a las personas. Imposible no acordarse de los días de disfraces, las misas, las actuaciones de teatro donde dimos nuestros primeros pinitos como actores... Eso sí, deseando que pasase muy muy rápido el tiempo (pobres ingenuos) para que llegase por fin el día esencial: la fiesta de final de curso, con su castillos hinchables, sus chuches, su mercadillo, su tinte de pelo... . Sin comerlo ni beberlo, de pronto nos vimos envueltos en aquel edificio de "los mayores", aunque todos nos veíamos aún de lo más pequeños.
De repente, tu vida empezaba a cambiar. Las tardes de estudio comenzaron a existir, a la vez que las tardes de pensar en si le gustabas o no a esa chica a lo que no te atrevías a decir nada. Y como si de un agujero en el tiempo se tratase, los años pasaron como flechas, sin casi darnos cuenta, como un mero trámite, casi sin avisarnos de lo próximo que estaba el gran cambio. Estos últimos años han sido los más importantes. La adolescencia, ya casi superada, fue una etapa en la que nos dimos cuenta realmente de quién valía la pena. Aparecían nuevas personas, nuevos amigos, nuevos retos... Apareció el primer gran amor, esa persona con la que aprendí lo que significaba de verdad sentir a tope cada instante la vida. "But lovers always come and lovers always go...".
Si de algo puedo estar orgulloso es de haber podido compartir mi vida con vosotros, con esos amigos increíbles que me han acompañado en este complicado proceso de crecimiento. Espero teneros a mi lado, a la mayoría de vosotros, hasta el fin de mis días. Sí no es así tened por seguro que en mi pensamiento siempre lo estaréis. Sois inolvidables, al igual que nuestros últimos recreos en la esquina del siniestro. Tengo una gran ilusión de que dentro de algún tiempo nos volvamos a reunir todos a tomarnos un panini y unos risketos, hablar y reír, como siempre lo hacemos.
Espero que me recordéis siempre como ese chaval alegre que os hacía el día a día un poco más divertido con sus gilipolleces. Recordadme por mis paridas, por mis chistes, por mi cariño o simpatía, mientras me recordéis como algo bueno, mi vida ya habrá valido en gran parte la pena. Nada en esta cochina vida vale dos duros si no tienes a nadie con quien compartirlo, es así. Recordadme, ya sea mucho o poco, pues mientras me recordéis, una pequeña parte de mí será inmortal gracias a vosotros.
Termino de escribir esto con un nudo marinero en la garganta, y a falta de más palabras, prefiero morderme la voz. Una mezcla de añoranza, tristeza y alegría me estremece al recordar mis vivencias, nada engaña más que los recuerdos.
NO OS DIRÉ NO LLORÉIS, PUES NO TODAS LAS LÁGRIMAS SON AMARGAS. OS DESEO LO MEJOR EN VUESTRAS VIDAS. CON CARIÑO, ÁLVARO BARCO.