"Si se hubiera parado a pensar, hubiera comprendido que su devoción por ella no era más que una fuente de sufrimiento. Quizá por eso la adoraba más, por esa estupidez eterna de perseguir a los que nos hacen daño..."
Y él la mira, y se lo imagina. Se imagina todo aquello que desea, que anhela con toda la fuerza de su alma. Pero sabe que la palabra es "imposible". Lo sueña dormido, lo sueña despierto. Lo sueña cuando le habla, cuando le mira, cuando le ignora. En su interior lo persigue incluso cuando le ve con esa persona, cuando le habla de esas cosas que tan poco le interesan, y que tanto daño hacen. Intenta alcanzarlo hasta que ella aclara sin saberlo que la palabra es "imposible".
Y él se muere por decirle que no es una chica cualquiera, que es increíble. Que le gusta recién levantada, y a punto de irse a la cama. Que le gusta en chándal o en vestido de seda, que le gusta comiendo, que le gusta andando, que le gusta llorando. Porque quiere que sea lo último que vea al acostarse, y lo primero al levantarse. Pero la evidencia demuestra que la palabra es "imposible". Y lo piensa cada noche, en cada despedida, en cada sonrisa, en cada roce involuntario, en cada espera de ese mensaje que nunca llega.
Pobre iluso cada vez que se miran, es un títere de su propia inconsciencia. Por el brillo de sus ojos se podría decir que de verdad cree que el pasado se puede cambiar. Algo le hace entender que están irremediablemente destinados, que tarde o temprano ella se dará cuenta. Y esa esperanza le dibuja una sonrisa, una sonrisa que borra cualquier palabra, por evidente que parezca.