jueves, 21 de agosto de 2014

Esa estupidez eterna

"Si se hubiera parado a pensar, hubiera comprendido que su devoción por ella no era más que una fuente de sufrimiento. Quizá por eso la adoraba más, por esa estupidez eterna de perseguir a los que nos hacen daño..."


Y él la mira, y se lo imagina. Se imagina todo aquello que desea, que anhela con toda la fuerza de su alma. Pero sabe que la palabra es "imposible". Lo sueña dormido, lo sueña despierto. Lo sueña cuando le habla, cuando le mira, cuando le ignora. En su interior lo persigue incluso cuando le ve con esa persona, cuando le habla de esas cosas que tan poco le interesan, y que tanto daño hacen. Intenta alcanzarlo hasta que ella aclara sin saberlo que la palabra es "imposible".


Y él se muere por decirle que no es una chica cualquiera, que es increíble. Que le gusta recién levantada, y a punto de irse a la cama. Que le gusta en chándal o en vestido de seda, que le gusta comiendo, que le gusta andando, que le gusta llorando. Porque quiere que sea lo último que vea al acostarse, y lo primero al levantarse. Pero la evidencia demuestra que la palabra es "imposible". Y lo piensa cada noche, en cada despedida, en cada sonrisa, en cada roce involuntario, en cada espera de ese mensaje que nunca llega. 

Pobre iluso cada vez que se miran, es un títere de su propia inconsciencia. Por el brillo de sus ojos se podría decir que de verdad cree que el pasado se puede cambiar. Algo le hace entender que están irremediablemente destinados, que tarde o temprano ella se dará cuenta. Y esa esperanza le dibuja una sonrisa, una sonrisa que borra cualquier palabra, por evidente que parezca.

martes, 5 de agosto de 2014

Y me pierdo en el recuerdo

Y de repente la veo a mi lado. Me giro sobre la cama y contemplo su espalda desnuda, blanca y reluciente. La poca luz que deja pasar la persiana bajada me basta para derretirme con esos ojos que me miran con una mezcla de lujuria y amor. Ella, cansada, me muestra todo su esplendor, todos sus secretos, y suspira mientras me tumbo sobre su pecho. Entre caricias y suspiros comenzamos a hablar de aquella vez que discutimos tanto, de ese viaje que tenemos previsto y de un millón cosas tontas solo por no dejar de escuchar la voz del otro.


Ahora estamos en aquel parque, tumbados en el césped, y nos sentimos solos en el mundo a pesar de la gente que camina a pocos metros. Juego a levantar su falda, y ella pone esa cara de falso enfado que tanto me conozco. Le delatan sus mejillas sonrojadas y la sonrisa que esconde apretando la boca. Con un abrazo intento conseguir su perdón y cede a la pelea de respirarse en los labios. Y nos perdemos en ese beso, y en otro, y otro más, hasta perder la cuenta.

De pronto, nos veo en ese restaurante donde tuvimos nuestra primera cena romántica, pedimos algo para compartir y mientras esperamos hablamos de mil tonterías. Nos cogemos la mano sin pensarlo, como por instinto, y así, de la mano, nos encontramos ahora paseando por el centro de Madrid. Es Navidad, las calles están llenas de luces y nos reímos con algo que canta un músico callejero. Un grupo de chavales dice algo sobre ella, se ríen, pero ella se junta más a mí y entiendo que nada importa. Y así, paseando y riendo, acabamos en un banco en medio de la oscuridad de la noche, muertos de frío, pero sabiendo que si el mundo se parase en ese instante, no haríamos nada por remediarlo.

Y como por arte de magia estamos en el cine, y delante la película que nunca llegamos a terminar. Después caminamos por la playa, y le pedimos a una pareja que capture con mi cámara este momento único. Y así, vamos volando por el tiempo, sin parar, cada vez más rápido. Ahora estamos de fiesta, y mientras pido una copa ella se aleja, quién sabe dónde se ha ido. Y yo la busco, aparto a la gente a codazos y la encuentro a lo lejos. Nuestras miradas se cruzan pero no es ella, o al menos no es la misma, y se marcha. Y me doy cuenta de que me he quedado dormido, estoy soñando y solo quiero despertar para verla de nuevo a mi lado. Recapacito, y acepto el hecho de que nunca tuvimos esa cena romántica, que ese parque no era el nuestro, que nunca fuimos a la playa y que ese músico callejero nunca existió. Y, en fin, que la cama está vacía y son las seis de la mañana, que nada engaña más que los recuerdos y que añoramos hasta lo que nunca sucedió.

ÁLVARO BARCO

viernes, 22 de noviembre de 2013

¿Por qué hay un día en que no sabemos resistirnos?

Cuando termina una relación lo importante es no volver a caer en ella. O osea, si ves que no funciona, que te aburres, que siempre estáis discutiendo, entonces, ¿para qué vamos a ir para atrás? ¿Por qué siempre hacemos esa enorme gilipollez? ¿Por qué hay un día en que no sabemos resistirnos y volvemos a marcar su número? ¿Es que ya nos hemos olvidado de todo ese coñazo? Nada, no hay manera, nos hemos acostumbrado a la idea de estar en pareja.
Es extraño, a veces te sientes seguro de ti mismo y ni siquiera sabes bien por qué, y sabes que puedes manejar la situación, decidir cuándo empieza y cuándo acaba, si es que quieres que se acabe. En cambio, otras veces no. Y precisamente en esos casos es cuando te das realmente cuenta de qué es el amor y del daño que puede hacer. Pero también de lo bonito que es, joder, porque el amor te arrolla, no mira a nadie a la cara, te hace cometer locuras, te hace sentir feliz como ni siquiera podías imaginarte que podías serlo y después te hunde, como por ejemplo ahora, cuando no eres tú quien decide las cosas...

jueves, 21 de noviembre de 2013

Con pasión y sin cosas raras

No le doy tiempo a añadir nada más, la estrecha con fuerza, la beso apasionadamente, un largo rato, casi cortándole la respiración, como si fuese un beso desesperado, como si de alguna manera yo ya supiera... O quizá solo era estúpidamente ingenuo y feliz. No lo sé, pero un instante después estamos en la habitación de sus padres y nos desnudamos en silencio. Se quita el vestido lentamente, lleva ropa interior de algodón suave, negra, de encaje, y en el perfil de la luz que entra por la ventana la veo agacharse para dejarla sobre la silla, luego se vuelve de repente hacia mí.
- ¡Venga! No me mires...
- Cómo no voy...
Pero en seguida se mete en la cama y se tapa.
- Tonto... - Luego sonríe, se lleva una mano a la espalda y desde debajo de las sábanas desliza el sujetador, después las bragas... Un instante y estoy a su lado, la huelo, le rozo la piel con los labios, le beso el pecho, me como dulcemente su pezón, le acaricio las piernas, luego lentamente las separo un poco y empiezo a tocarla. Ella también está excitada, siento cómo se mueve poco a poco bajo mi mano. Con dulzura, paso por encima de sus piernas.
E hicimos el amor y fue precioso, lentamente, con pasión y sin cosas raras.

El amor está hecho de cosas estúpidas

El amor está hecho de cosas estúpidas, de cosas que no tienen sentido, quizá, que hacen sonreír o negar con la cabeza, pero que en esos momentos parecen preciosas. El amor son esos mensajes que no quieren decir nada pero que lo dicen todo, a los que no prestas atención cuando llegan a diario pero que se convierten en una obsesión cuando empiezan a faltar. Si todos estuviéramos enamorados, este mundo sería precioso. El amor te vuelve idiota, pero generoso, la falta de amor te vuelve idiota y destructivo.


martes, 6 de agosto de 2013

Sabiendo que iba a perderla...

Sabía que la iba a perder tan pronto pasara aquella noche y el dolor y la soledad que se la comían por dentro fueran acallándose. Sabía que tenía razón, no porque fuera cierto lo que había dicho, sino porque en el fondo ambos lo creíamos y siempre sería así. Nos escondimos como dos ladrones en una de las habitaciones sin atrevernos a prender una vela, sin atrevernos ni siquiera a hablar. La desnudé despacio, recorriendo su piel con los labios, consciente de que nunca más volvería a hacerlo. Cristina se entregó con rabia y abandono, y cuando venció la fatiga se durmió en mis brazos sin necesidad de decir nada. Me resistí al sueño, saboreando el calor de su cuerpo y pensando que si al día siguiente la muerte quería venir a mi encuentro la recibiría con paz. Acaricié a Cristina en la penumbra, escuchando la tormenta alejarse de la ciudad, tras los muros, sabiendo que iba a perderla pero que, por unos minutos, nos habíamos pertenecido el uno al otro, y a nadie más.

Había sobrevivido a mi infancia enfermiza y lamentable solo para vivir aquellos segundos.

Me dejé llevar por aquella criatura hasta el lecho, donde caí, literalmente, de culo. La luz de las velas acariciaba el perfil de su cuerpo. Mi rostro y mis labios quedaron a la altura de su vientre desnudo y sin darme ni cuenta de lo que estaba haciendo la besé bajo el ombligo y acaricié su piel contra mi mejilla. Para entonces ya me había olvidado de quién era y de dónde estaba. Se arrodilló frente a mí y tomó mi mano derecha. Lánguidamente, como un gato, me lamió los dedos de la mano de uno en uno y entonces me miró fijamente y empezó a quitarme la ropa. Cuando quise ayudarla sonrió y me apartó las manos.
- Shhhh.
- Cuando hubo terminado, se inclinó hacia mí y me lamió los labios.
- Ahora tú. Desnúdame. Despacio. Muy despacio.
Supe entonces que había sobrevivido a mi infancia enfermiza y lamentable solo para vivir aquellos segundos. La desnudé lentamente, deshojando su piel hasta que solo quedó sobre su cuerpo la cinta de terciopelo en torno a su garganta y aquellas medias negras de cuyos recuerdos más de un infeliz como yo podría vivir más de cien años.
- Acaríciame - me susurró al oído -. Juega conmigo.
Acaricié y besé cada centímetro de su piel como si quisiera memorizarlo de por vida. Chloé no tenía prisa y respondía al tacto de mis manos y mis labios con suaves gemidos que me guiaban. Luego me hizo tenderme sobre el lecho y cubrió mi cuerpo con el suyo hasta que sentí que cada poro me quemaba. Posé mis manos en su espalda y recorrí aquella línea milagrosa que marcaba su columna. Su mirada impenetrable me observaba a apenas unos centímetros de mi rostro. Sentí que tenía que decirle algo.
- Me llamo...
- Shhhh.
Antes de que pudiera decir alguna bobada más, Chloé posó sus labios sobre los míos y, por espacio de una hora, me hizo desaparecer del mundo. Consciente de mi torpeza pero haciéndome creer que no la advertía, Chloé anticipaba cada uno de mis movimientos y guiaba mis manos por su cuerpo sin prisa ni pudor. No había hastío ni ausencia en sus ojos. Se dejaba hacer y saborear con infinita paciencia y una ternura que me hizo olvidar cómo había llegado hasta allí.  Aquella noche, por el breve espacio de una hora, me aprendí cada línea de su piel como otros aprenden oraciones o condenas. Más tarde, cuando apenas me quedaba aliento, Chloé me dejó apoyar la cabeza sobre su pecho y me acarició el pelo durante un largo silencio, hasta que me dormí en sus brazos con la mano entre sus muslos.