martes, 5 de agosto de 2014

Y me pierdo en el recuerdo

Y de repente la veo a mi lado. Me giro sobre la cama y contemplo su espalda desnuda, blanca y reluciente. La poca luz que deja pasar la persiana bajada me basta para derretirme con esos ojos que me miran con una mezcla de lujuria y amor. Ella, cansada, me muestra todo su esplendor, todos sus secretos, y suspira mientras me tumbo sobre su pecho. Entre caricias y suspiros comenzamos a hablar de aquella vez que discutimos tanto, de ese viaje que tenemos previsto y de un millón cosas tontas solo por no dejar de escuchar la voz del otro.


Ahora estamos en aquel parque, tumbados en el césped, y nos sentimos solos en el mundo a pesar de la gente que camina a pocos metros. Juego a levantar su falda, y ella pone esa cara de falso enfado que tanto me conozco. Le delatan sus mejillas sonrojadas y la sonrisa que esconde apretando la boca. Con un abrazo intento conseguir su perdón y cede a la pelea de respirarse en los labios. Y nos perdemos en ese beso, y en otro, y otro más, hasta perder la cuenta.

De pronto, nos veo en ese restaurante donde tuvimos nuestra primera cena romántica, pedimos algo para compartir y mientras esperamos hablamos de mil tonterías. Nos cogemos la mano sin pensarlo, como por instinto, y así, de la mano, nos encontramos ahora paseando por el centro de Madrid. Es Navidad, las calles están llenas de luces y nos reímos con algo que canta un músico callejero. Un grupo de chavales dice algo sobre ella, se ríen, pero ella se junta más a mí y entiendo que nada importa. Y así, paseando y riendo, acabamos en un banco en medio de la oscuridad de la noche, muertos de frío, pero sabiendo que si el mundo se parase en ese instante, no haríamos nada por remediarlo.

Y como por arte de magia estamos en el cine, y delante la película que nunca llegamos a terminar. Después caminamos por la playa, y le pedimos a una pareja que capture con mi cámara este momento único. Y así, vamos volando por el tiempo, sin parar, cada vez más rápido. Ahora estamos de fiesta, y mientras pido una copa ella se aleja, quién sabe dónde se ha ido. Y yo la busco, aparto a la gente a codazos y la encuentro a lo lejos. Nuestras miradas se cruzan pero no es ella, o al menos no es la misma, y se marcha. Y me doy cuenta de que me he quedado dormido, estoy soñando y solo quiero despertar para verla de nuevo a mi lado. Recapacito, y acepto el hecho de que nunca tuvimos esa cena romántica, que ese parque no era el nuestro, que nunca fuimos a la playa y que ese músico callejero nunca existió. Y, en fin, que la cama está vacía y son las seis de la mañana, que nada engaña más que los recuerdos y que añoramos hasta lo que nunca sucedió.

ÁLVARO BARCO

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