Estamos ante la mejor etapa de nuestras vidas, la apoteosis de nuestra existencia en la que por primera vez nos sentimos libres e independientes. Comenzamos a sentirnos realizados, a sentirnos plenos. Es tiempo de cometer errores, de hacer locuras, de no arrepentirnos por no haberlas hecho.
La juventud no se mide en años, se mide en ganas. Es un estado de ánimo, un estado de espíritu, que en el fondo no languidece hasta el fin de nuestros días.

Y estaréis pensando qué narices hace este tarado hablándoos de la juventud. Pues bien, en estas tardes solitarias de verano, mi mente no hace más que trabajar. Me he mirado a mí mismo, sentado en la silla, enfrente de la pantalla. Y me he prometido que esto no es por lo que quiero recordar mi juventud. Quiero recordar el comienzo de mi juventud con aroma a alcohol, aroma a fiesta, a playa, a pueblo, a tinto con los amigos, a risas por el centro, a despedidas en el metro. A caricias prohibidas y a besos robados, a susurros de amor por las esquinas, a miradas ardientes de deseo.
La vida no es más que un camino efímero el cuál no sabemos cuándo vamos a abandonar, para continuar con el sendero oscuro, desconocido, de la muerte. No somos más que simple polvo de estrellas ni más que unos insignificantes seres que pasarán sin pena ni gloria por estos lares. Me he decidido a mí mismo que voy a intentar vivir el presente con ganas sin pensar demasiado en el futuro, pues llegará con tanta velocidad que no seremos conscientes de ello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario