
Volver a temblar cuando me miras a los ojos, no saber que decir cuando se dirigen a mí esos labios rojos que me embrujan, la piel que se eriza cuando me rozas, cuando delicadamente me das la mano, cuando así como por descuido, me coges de la cintura.
Y te vas. Pero yo no me voy de allí. Por lo menos mentalmente. Embobado. Viéndote marchar. Con ese movimiento de caderas provocativo que no te gusta aceptar, y que me derrite.
Y te vas. Y me voy. Sólo. Y no me gusta. Y sólo pienso en la idea de comer juntos fresas con chocolate.
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